lunes, 30 de enero de 2012

Recordando tiempos viejos donde ser anti no era negocio mediatico

Esta nota salio publicada en el diario El Perfil en el 2008, esta buena recordarla en estos dias.


DOMINGO
AMBIENTALISTAS Y NEGOCIOS CONTAMINADOS
Ecología verde... dólar

Nadie puede discutir las causas que defienden, aunque sus acciones suelen no ser tan efectivas. Pero hay una historia desconocida, y es que detrás de los grupos ecologistas más “radicalizados”, existe un trasfondo bastante alejado de la transparencia que la mayoría busca para las aguas del mundo. Una poderosa trama de intereses, empresariales y de Estado, “aceita” los engranajes de estas organizaciones, que Jorge Orduna revela en Ecofascismo, una obra que sorprende. En estas páginas, fragmentos de su libro.

Por Jorge Orduna




El carácter y el verdadero significado de la Conquista de América no puede obtenerse de la opinión de los conquistadores.
A juzgar por su opinión, esos hombres no tenían más objetivos que el bien de su patria y de su reino, ni más ambiciones que las de expandir la civilización y el progreso. Lo mismo podría decirse del nazismo o de cualquier otro acontecer histórico del que haya resultado, para muchos, mucho mal.

El movimiento “ecologista” es, indudablemente, un proceso internacional histórico de gran envergadura. Pocos temas tienen el grado de presencia e instalación en la opinión pública mundial como los ambientales. Tampoco es posible ya dudar del interés y los recursos que ciertos sectores de esa globalización, en la que abundan los convidados de piedra, depositan en promover cierta cultura ambiental.

Es pues hora de preguntarse por el verdadero carácter de este movimiento internacional histórico y cuál es su significado para los diferentes países. De dónde vienen y adónde van; a pesar de la opinión de Colón y de la reina Isabel. (...)

Comprender verdaderamente la realidad de instituciones como las grandes ecologistas es un asunto complejo. Principalmente porque estas entidades han empleado y emplean, desde sus orígenes, un buen porcentaje de sus energías y su dinero en la promoción de una imagen de sí mismas; en el marketing de su producto. Y gracias a las empresas de relaciones públicas y publicidad que contratan, han tenido mucho éxito en ese trabajo.

La imagen que han promovido es… justamente la que de ellas tenemos. Gente joven, altruista, libre. Que defendiendo las maravillas naturales de la creación lucha cual pequeño David contra ese Goliat que es tan fácil odiar: la máquina despiadada de un progreso que no repara en destrucción alguna con tal de satisfacer la codicia, las ansias de poder y la ambición humanas.

A favor de las ballenas y contra la energía atómica; defendiendo a la foca bebé y oponiéndose a las impías quillas de la flota pesquera. Jóvenes, buenos y valientes, los ecologistas; de vida deportiva y aire libre empleando lo mejor de sus energías en defender a los animales y la vida silvestre de la contaminación generada por las grandes ciudades, por el hombre.

Y cuando alguien invierte muchos recursos en promover una imagen de sí mismo desequilibra la balanza de la realidad de tal forma que volver a nivelarla nos exige exceder el peso del platillo negado, oculto o, simplemente, no promovido. Porque la función de los comunicadores no es la de presentar, en su artículo periodístico, su programa de radio o TV, su libro o su revista, una versión “equilibrada” de los temas.

Su responsabilidad ética es la de que el público reciba una versión equilibrada de los temas.

Y en casos como éste, donde se entremezclan poderosos intereses e invierten grandes esfuerzos en tañer una sola de las dos campanas que el público debiera escuchar, resulta un deber concentrarse en hacer oír la otra. Es pues en honor a la verdad que se aporta aquí una pequeña parte de la información no promovida, de la imagen no exaltada.

Poblar la Patagonia

La fórmula central ecologista es: “Más población equivale a más contaminación”. Para ambos resulta conveniente y necesario ir “protegiendo” y “reservando” áreas; generar tratados internacionales que necesariamente recortarán las soberanías nacionales; regiones enteras pueden ir pasando bajo control “internacional”, deben ser reconocidas como patrimonio de una humanidad que no todas las partes involucradas entienden de la misma manera. Así pues, un mismo “enemigo”, el crecimiento poblacional y la industrialización, es el factor que vuelve complementarios dos conjuntos de ideas: Antipoblación y Conservacionismo Natural.

Inmediatamente percibimos la correspondencia entre estos discursos y los intereses de las potencias que los promueven; pero es más difícil encontrar que esos dos temas ocupen el mismo lugar en la jerarquía de intereses geopolíticos de las naciones del Sur. No es fácil para estos pueblos resignarse a aceptar que el desarrollo no es ya su máxima prioridad; que la voluntad de obtener independencia en base a industria e investigación, ciencia y tecnología, tendrá que ser relegada al repleto desván de sus aspiraciones frustradas.

No es fácil lograr que en los Estados dependientes se acepten ideas antidesarrollo, antiindustriales y menos aún antipoblacionales en países como Argentina, al que sus habitantes perciben como una nación que debe ser poblada para tirar plenamente partido de la magnitud de sus recursos y su territorio, y donde la expresión “poblar la Patagonia” forma parte de los lugares comunes de la cultura nacional y hasta de la Constitución.

Sin embargo, se puede. Y tal como podemos observarlo diariamente, hasta la cultura de los países puede ser modificada.

Es un hecho que en la percepción pública se ha podido instalar la concepción de que un inminente desastre medioambiental resulta de la “explosión” demográfica; que el calentamiento global es causado por “el ser humano” y que es “el ser humano” el causante de la pérdida irremediable de diversidad biológica. El crecimiento poblacional hace necesario ampliar las áreas de cultivo y esto implica deforestación y reducción de la vida salvaje. La ampliación de los suburbios exige más electricidad, y para producir ésta es necesario consumir materias primas y contaminar. Peor aún si al crecimiento demográfico lo acompañan el desarrollo científico, técnico e industrial, pues entonces, incluso con los métodos y tecnologías más avanzados, la contaminación crece.

Proviniendo de organizaciones basadas en Europa –donde las tendencias demográficas son negativas, o de reemplazo, o de ínfimo crecimiento–, no es difícil deducir dónde está geográficamente situado ese “ser humano” que tanto se multiplica amenazando con ello el medio ambiente.

Era pues inevitable que estas filosofías ecologistas de países industrializados fueran a coincidir con las antipoblacionales, surgidas en los mismos países y promovidas por los mismos bolsillos, siempre preocupados por esos recursos que los excesos reproductivos de los menos adaptados dilapidan. Problemas de medio ambiente y problemas de población son convertidos en hermanos inseparables, y los más variados profesionales contribuyen con lo suyo, nombrando a veces la trilogía completa.

La tierra protegida

El aparato central del movimiento de conservación de la naturaleza internacional tiene origen y desarrollo con participación gubernamental británica. Se internacionaliza a partir de la creación de áreas protegidas y parques nacionales, primero en las colonias y luego en las que serían ex colonias británicas. Más tarde, entra en escena Estados Unidos.

El temprano surgimiento de organismos de protección natural y la creación de áreas reservadas “protegidas” aparece siempre ligado a la sustracción de territorios al uso público y no sólo a una ingenua y compasiva actitud hacia la naturaleza y sus maravillas. El principal “enemigo” y la principal “amenaza” a la “prístina” pureza natural son los “comunes”, los campesinos, el “bajo pueblo”, la “plebe” y, más adelante, a medida que la necesidad de recursos aumentaba junto con la expansión industrial y comercial, los pueblos “incivilizados” del Tercer Mundo, conjunto en el que son incluidas sus empresas de capital nacional y las estatales. Hasta los años ochenta del siglo XX el personal de las oficinas y la plana mayor de la ecología africana lo integraban casi exclusivamente blancos europeos.

La opinión, incluso de calificados africanos, no ha sido tenida en cuenta. La percepción en los sectores dominantes del Norte respecto de las áreas protegidas en el Sur es la de territorios que hay que salvar de la bárbara depredación por parte de pueblos cuyos Estados por algo figuran en los primeros puestos de corrupción del planeta. Territorios que también debe protegerse de la “explosión” poblacional “incontrolada”, la “explosión” cuantitativa de inútiles consumidores y despilfarradores de recursos mal administrados. Territorios que las ex metrópolis coloniales nunca se resignaron a perder y que, con bastante razón por cierto, nunca consideraron auténticamente independientes. En las grandes potencias industriales, poderosos sectores consideran que los recursos situados en el Tercer Mundo deben pasar a “control internacional”, a manos de quienes realmente están capacitados para hacer un uso eficiente, racional y “sustentable” de estos recursos. Los Estados corruptos, rogue states, no son fiables.

De ahí que cuando alguien firma un convenio que declara “patrimonio de la humanidad” a ciudades enteras y grandes extensiones territoriales, debiera cerciorarse primero de qué concepto de “humanidad” manejan sus contrapartes. Pues no son pocos ni débiles los sectores que en el Norte consideran que la “humanidad” debiera contar con mil millones de habitantes y no los seis o siete actuales; y cuando plantean detener y revertir las tendencias demográficas sin alterar las estructuras socioeconómicas internacionales no tienen sus ojos puestos precisamente en Noruega, sino en todo el Tercer Mundo.

Por lo demás, esta ideología colonial, históricamente emparentada con el racismo y el genocidio, está relacionada con las más poderosas instituciones conservacionistas y ecologistas mundiales, desde sus orígenes y a lo largo de su desarrollo, hasta el presente.


Organizaciones y dinero

(...) De gran tamaño hay unas cincuenta más. Luego siguen las pequeñas y medianas fundaciones y luego los donantes particulares individuales que, aunque muchos, no dan más que monedas para las ONG, no llegando a sumar el uno por ciento del total donado en Estados Unidos. De este uno por ciento sólo una fracción resulta de quienes otorgan más de diez mil dólares. Los que donan para causas verdes son una fracción de aquella fracción. Pero sucede que, al decidir sus aportes, todos éstos se guían por lo que hacen las grandes fundaciones, resultando de ello, según los observadores, que cuarenta familias determinan el tipo de proyectos y de organizaciones que recibirán el grueso del apoyo anual. No es sorprendente entonces que con semejantes recursos se instalen de la noche a la mañana temas determinados en la opinión pública. Más aún cuando llevan más de tres décadas promoviéndolos con sumas semejantes.

Los montos comprometidos son del orden de los diez mil millones de dólares anuales, que se reparten en todo tipo de proyectos donde son centrales el medio ambiente y la protección y conservación naturales, comprendiendo los ingresos de académicos, científicos, profesionales varios, dirigentes barriales y comunales, estudiantes, asociaciones juveniles y trabajadores a los que esta lluvia anual de dólares adormece todo espíritu crítico o inquisitivo respecto de sus mandantes. El resultado es que miles de jóvenes son ganados a una causa loable, pero al mismo tiempo su voluntad de organización independiente es atrofiada con la instalación de organizaciones “ya listas”: las poderosas ambientalistas extranjeras. ¿Para qué trabajar por el desarrollo de una ecología propia, crítica e independiente, si aquéllas ya tienen un aparato, prestigio, presencia mediática, financiación y experiencia listos para llevar y servirse? Los jóvenes ecodependientes no son entonces más que el reflejo en la ecología de la situación general de los países del Sur respecto de los del Norte.

Por lo demás, cualquiera puede consultar los balances anuales de la Fundación Rockefeller (o cualquiera de las grandes) y ver cómo rentabiliza su dinero: bonos del Tesoro de Estados Unidos, acciones de empresas como Pfizer, Pepsico, Wal Mart, Exxon Mobil, General Electric, McDonald’s o Northrop Grumman, el fabricante de aviones de guerra, sistemas de guiado y municiones de variado tipo. Con ese dinero, salvemos a las ballenas y el medio ambiente.

Los búfalos de Turner

Greenpeace es otra de las grandes ecologistas transnacionales y reúne todos los elementos del rubro. Fundada y financiada por cuáqueros en los años 70, ha sido reiteradamente denunciada por despreciar a las poblaciones locales, a las que sus campañas protegiendo plantas y animales habrían despojado de medios de vida, posibilidades de desarrollo y cultura.

Así sucedió con los aborígenes en Groenlandia respecto de la caza de focas. Buscando anular la caza industrial de estos animales, Greenpeace aniquiló el mercado europeo para las pieles, pero numerosas comunidades esquimales tenían ese mercado como fuente principal –en muchos casos única– de ingresos y desarrollo.

Aunque fundada en Canadá, la organización estableció su sede central en Amsterdam, Holanda, y es principalmente de Europa y Estados Unidos de donde proviene hoy la mayor parte de sus ingresos globales. Greenpeace asegura no recibir donaciones de empresas o gobiernos, sino sólo de individuos e instituciones.

Claro que entre éstas habría que mencionar algunas como las de Ted Turner, el magnate propietario de más de 70 mil hectáreas en Argentina. Las tierras que Turner posee en Estados Unidos (700 mil hectáreas repartidas en 10 estados) lo convierten en el primer terrateniente de ese país.

Hombre de negocios, Ted. Poseedor de la mayor manada de búfalos del mundo (27 mil cabezas), es también el principal productor de ese especial tipo de carne. Según Audrey Hudson, del Washington Times, Ted ha organizado cacerías para millonarios en las que cobra 10.500 dólares por cazador.

A ese precio se comprende que Turner hace un manejo “sustentable” de las 27 mil cabezas. Por otra parte, nada se desperdicia: la carne de los animales así muertos forma parte de la que vende. Interesado en la integración vertical de su negocio, en 2002 creó una cadena de restaurantes (Ted’s Montana Grill) especializada en carne de búfalo. La imagen de ambientalista y los millones que aporta a la causa verde también le han sido útiles: por una parte, ninguna organización ecologista lo molesta (algunos de sus miembros, por lo bajo, lo llaman Daddy Greenbucks: “Papito billetes verdes”); por otra, ha logrado que sus “ranchos” recibieran subsidios gubernamentales entre 1996 y 2000 por valor de 217 mil dólares en fondos federales.

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